04-10-2012

La caja de Pandora



En nuestro país, todos los procesos eleccionarios tienen siempre la misma dinámica. En síntesis, el esfuerzo principal de los candidatos y sus campañas está puesto en atraer hacia ellos una dimensión intangible de sus electores, aquella que los lleva a orientarse en una u otra dirección: la esperanza. A veces es hasta un poco patético observar cómo cada uno se esmera por demostrar en qué medida es la llave para solucionar todos los problemas que no ha sido capaz de solucionar el gobierno anterior. Sin embargo, ¡esos problemas son siempre los mismos, campaña tras campaña! Educación, salud, delincuencia, trabajo y algo más. Es como si en siglos de vida republicana no hubiésemos podido romper el nivel de la más básica supervivencia. Y una y otra vez se vuelve a jugar con las expectativas de la gente pidiéndoles que apuesten al futuro, cosa que han hecho elección tras elección sin obtener nunca los resultados esperados.

Así, la esperanza sigue allí operando y decidiendo elecciones, a pesar de las innumerables frustraciones, aunque nunca (o casi nunca) se cumpla ni siquiera una mínima parte de sus anhelos.

Hoy día la derecha una vez más vuelve a asegurar que es capaz de resolver los problemas que ella misma creó, al imponer el modelo de mercado. Y la Concertación hace lo propio, con aquellas carencias que no ha resuelto producto de su exasperante gradualismo. Ambas propuestas sustentan sus cálculos de victoria o derrota en la capacidad para captar esa incansable disposición humana que nos empuja a creer que el futuro siempre debe ser mejor.

Los antiguos griegos, con esa aptitud magistral que poseían para asir lo inasible, ilustraron este fenómeno con un mito, el de la famosa caja de Pandora. Esta caja, que contenía todos los males que podían afectar a la humanidad, fue un perverso vehículo diseñado por los dioses para castigar a Prometeo y su hermano, por haberse atrevido a dignificar al ser humano poniéndolo a la altura de la divinidad. Cuando Pandora abre la caja y las múltiples plagas que contenía se esparcen por el mundo, sólo se mantiene en su interior una cosa: la esperanza. A ella acudimos los seres humanos cada vez que somos golpeados por la desgracia y queremos eludirla.

¿Entonces no hay nada que podamos hacer, puesto que nuestra más íntima constitución nos predispone a dejarnos engañar con promesas que nunca se cumplen?

Es una pregunta muy difícil de responder. Talvez podría decir una sola cosa: no apueste por los mismos de siempre, que ya antes lo han engañado muchas veces.

En estas elecciones dele una oportunidad a esos candidatos que no tiene ningun poder detrás, ni político ni económico. Ponga su incurable esperanza en ellos.
Le puedo asegurar que somos más confiables.


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