La democracia con sufragio universal es una conquista cultural muy reciente, si se exceptúa el experimento desarrollado por los griegos hace 2.500 años y que de universal no tenía nada, puesto que participaba un sector muy minoritario de su población. Darle el poder al pueblo en su conjunto es una rareza en la historia humana y es por ello que los grupos de poder que quieren mantenerse en él a pesar de la voluntad popular, siempre han buscado los resquicios para eludir, de un modo u otro, este mandato.
Uno de los recursos más usados, porque no tiene efectos secundarios indeseables, es legitimar lo ilegítimo. Ya lo decía Maquiavelo: “Príncipes, si queréis manteneros en el poder, diseñad una constitución a vuestra medida”. Por cierto, no se trata de una cita literal sino irónica, pero que recoge el espíritu de la recomendación del célebre florentino.
El dictador Pinochet, con la complicidad de la derecha, se tomó muy en serio estas enseñanzas, las que se plasmaron en la que se conoce como “Constitución del 80”, carta fundamental que hasta hoy nos rige, con un par de retoques menores que no le quitan la esencia de su carácter autoritario. Allí se pergeñó el sistema binominal, la democracia protegida y, en general, una infinidad de recursos dirigidos principalmente a vulnerar la voluntad popular, convirtiendo a dicho cuerpo legal en un instrumento sumamente eficaz para favorecer la permanencia de esos sectores en el poder. Es comprensible entonces que los favorecidos se nieguen a modificar aquello que los legitima. En base a estos antecedente, juzgue usted mismo quien es y quien no es democrático en el actual escenario político.
Yo creo en una democracia de verdad, no en esta farsa en la que nos encajonó la dictadura militar y sus cómplices civiles. Una Asamblea Constituyente, con todas las dificultades que pueda tener ese proceso, es la única vía para devolverle a nuestro pueblo la potestad que le ha sido arrebatada durante tantos años. A través de ese magno evento democrático, podremos decidir cómo queremos vivir y cuáles debieran ser las normas que van a regir nuestra convivencia.
Los chilenos tenemos que reconciliarnos con nuestro pasado para seguir adelante con resolución. Pero ese reencuentro social no se alcanzará por imposición de unos pocos, hoy además gravemente desprestigiados frente a la ciudadanía, sino que a través del ejercicio pleno de nuestra libertad.
Y porque creo en ese espíritu libertario que subyace en una democracia, afirmo que la realización de una Asamblea Constituyente es un imperativo para nuestro país, una respuesta necesaria y urgente para normalizar de una vez nuestra convivencia y madurar como pueblo.
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