05-01-2011

El país que yo quiero



En la publicación anterior hablamos de la ilegitimidad de la Constitución del 80 y por ende, de toda nuestra institucionalidad posterior. Para refrendar nuestras afirmaciones, en los últimos días han sido sometidos a juicio varios imputados por el asesinato del ex presidente Eduardo Frei Montalva, quienes obedecían órdenes directas de los máximos jerarcas de la dictadura militar. ¿Porqué se empeñaron tanto en eliminarlo? Básicamente, porque era el único político chileno que podía frenar el proceso para validar la nueva constitución y eso era exactamente lo que estaba tratando de hacer en el momento en el que fue vilmente asesinado.

Este hecho atroz, el primer magnicidio en la historia de nuestro país, nos conduce necesariamente a sacar algunas conclusiones:

1. Por si aún no estaba claro para algunos despistados, ya no puede caber ninguna duda de que la dictadura del General Pinochet fue un gobierno asesino y violento. Así pasará a la historia y no hay nada que pueda justificar toda la brutalidad desplegada durante esos 17 años.

2. Los civiles que participaron en ese gobierno, muchos de los cuáles tienen una activa participación en nuestra actual vida política, son cómplices a pesar de los denodados esfuerzos posteriores por lavar su imagen o desentenderse cínicamente de sus perversiones, hoy de sobra conocidas.

3. El orden institucional derivado de ese período y hasta hoy vigente para todos nosotros, no puede ser legítimo puesto que está fundado en el salvajismo y la sangre.

Como ya lo dijimos y como se desprende de las conclusiones anteriores, es necesario refundar completamente la institucionalidad vigente, pero no hemos conseguido hacerlo porque somos un pueblo chantajeado. Chantajeado por la derecha, que manipula el futuro para que no podamos mirar hacia el pasado. Chantajeado por el centro, que nos pide paciencia porque los cambios deben ser graduales, cuando la verdad es que no hay ningún cambio que pueda sostenerse sobre estas bases espúreas. Chantajeado por la izquierda, que nos empuja a elegir el mal menor cuando el mal mayor ya está hecho y seguimos postergando el momento de abordar con valentía su transformación imprescindible.

Yo quisiera convocar a mi pueblo a ser valiente, a romper la pasividad de las últimas décads presionando a nuestros gobernantes para forzarlos a llevar adelante, hoy y no mañana, estos cambios fundamentales. Yo quisiera ver a mi pueblo erguirse con dignidad y romper de una vez las cadenas heredadas de la dictadura. Yo quisiera exhortar a mi pueblo a no conformarse con futuros falseados, con cambios insustanciales o con males menores.

Ese es el país que yo quiero y estoy dispuesto a colaborar para construirlo.

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