El fracaso de la última corriente ideológica, el neoliberalismo, fue el eslabón final de un proceso que caracterizó a toda la segunda mitad del siglo XX: la agonía y muerte de las ideologías. Aunque en este caso ya se trataba de una concepción bastante pobre y unidimensional, al lado de las otras grandes visiones de mundo que conocemos, lo cierto es que, aunque sus simpatizantes lo negaran amparándose en un pragmatismo de segunda mano, era una ideología hecha y derecha. Bueno, esa también fracasó, al igual que las otras. En el campo de las grandes construcciones intelectuales sólo quedan escombros, trozos descontextualizados en los que aún resuenan como ecos lejanos las esperanzas que sostuvieron a esos grandes relatos.
¿Qué viene para adelante ahora, sin el amparo de esos encuadres mayores? Lo que estamos viviendo en estas elecciones: slóganes, cuñas mediáticas, retórica comunicacional. Nada más. Ha llegado la era de los tránsfugas.
Los que antes eran militantes de la izquierda dura, hoy se han pasado a la derecha y nadie se arruga. Los viejos socialistas apoyan a una socialdemocracia a la chilena, sin ningún peso conceptual. La derecha toma las banderas “populares” y todo se confunde en una suerte de entropía, en el sentido de que al no haber diferencias tampoco puede haber dinámica. Ahí estamos, como congelados en una dimensión sin tiempo, perplejos y adormecidos frente a esta Torre de Babel donde las lenguas antes claras y distintas hoy se mezclan en un chapurreo incomprensible. ¿Será la decadencia? Bueno, si no lo es, se parece mucho porque al caer las grandes referencias empezamos a movernos en base a motivaciones de corto alcance, que no tenemos idea adónde nos puedan llevar (es probable que a ninguna parte...).
Los que adherimos a esa corriente de pensamiento y acción que se denomina Nuevo Humanismo, los que compartimos esa sensibilidad, no tenemos mucho que hacer en este contexto social porque nuestros planteos están muy lejos de ser la enumeración de un recetario, como se estila ahora. Si bien no constituyen una ideología en el sentido clásico de esa definición (puesto que no se trata sólo de “ideas”), hay una concepción muy clara sobre el ser humano, sobre la vida humana y sus necesidades, la que opera como referencia permanente para la acción. Sin embargo, en medio de la confusión actual no resulta fácil mantenerse fiel a esas directrices y muchas veces se tiene la tentación de abandonarse al exitismo electoral para conseguir resultados más vistosos. Total, a nadie parece importarle mucho.
A los humanistas no nos interesa ese camino. Al contrario, en un momento en que las referencias parecen desdibujarse, nosotros seguiremos poniendo al ser humano real y concreto en el centro de nuestras preocupaciones políticas y sociales. Aunque le pese al mercado, que fue un dictador impuesto por la derecha y al que ahora desconoce oportunistamente, como lo hace por lo demás con todas las dictaduras una vez que dejan de servirle (por más que el fantasma de Pinochet todavía les pene un poquito...). Aunque le pese al Estado, que siempre termina trabajando para alguna dictadura, ya sea política o económica, de izquierda o de derecha.
Así, los que administran el poder nos han querido encadenar a un autoritarismo tras otro, cuando nuestra aspiración más entrañable es la libertad. ¡Qué paradoja! Pues bien, nosotros, los humanistas del siglo XXI, no nos cansaremos de afirmar: nada por encima del ser humano y ningún ser humano por debajo de otro.
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